domingo, 26 de julio de 2009

Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo.
Lo que me gusta de tu sexo es la boca.
Lo que me gusta de tu boca es la lengua.
Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.


JULIO CORTÁZAR
PAPELES INESPERADOS

martes, 21 de julio de 2009

Make love singing songs

Brotaron flores de nuestra piel. Nos convertimos tan sólo en dos siluetas limitadas por el vacío; en dos sombras fundidas la una con la otra.
Las sábanas que envolvían nuestros cuerpos afiebrados, se movían a compás de nuestra agitada respiración.
Cada célula de mi ser se encontraba en estrecha conexión con mis cerebro. Mis piernas temblaban, temiendo una muerte inminente.

Convulsionamos. Estallamos en fuegos de artificio.

Más allá de la puerta de la habitación, el mundo se caía a pedazos, se desmoronaba, se pulverizaba... y no parecía importarnos.


De fondo: Revolver, de los Beatles.

lunes, 6 de julio de 2009

Y cada tonta cosa es música del sol de la tarde

[Me aqueja una importante falta de inspiración. Por eso comparto este viejo texto: un trabajo práctico para la facultad, donde la cosigna era esbozar un paisaje interno]



Si me fuera, no importa a dónde, si me fuera no más ¿qué llevaría conmigo? Sin duda alguna: mi esencia. Sin duda alguna, mis discos. Supongo que también un par de libros, un poco de ropa y algún que otro mueble. Pero por sobretodo, los discos. Los compactos y los de vinilo. ¡Y por qué no los casettes!

En el lóbulo de la oreja derecha me acompañaría el sonido del paso despreocupado de la púa por los surcos de ese mágico y circular receptáculo de melodías. En el ojo izquierdo me colgaría un lagrimón. Ese que cayó una y otra vez al escuchar “Los libros de la buena memoria”.

Si pudiera, me guardaría en un bolsillo todos los sábados a la mañana, en los que el sol invadía la cocina, mientras los Beatles me despabilaban. Y si el bolsillo fuera realmente grande, depositaría también esas tardes lluviosas de domingo, en las que me echaba en la cama a escuchar hasta el hartazgo “Artaud”, de Spinetta, o “One size feet all”, de Frank Zappa.

Por suerte conseguí una valija enorme. Porque sino dónde hubiera metido todas esas noches en las que el pibe ese me enamoró acariciándome mientras me cantaba bajito y suave al oído “quiero verte desnuda el día que desfilen los cuerpos que han sido salvados”.

Además ataría a mi cintura el rumor de la voz de Caetano Veloso, cantándole a mi mamá mientras hacía la comida. Y pondría en mis zapatos los tangos que me tarareaban mis abuelas. Esos tangos con olor a patio y café con leche. De mi hermano me llevaría su nombre, en forma de canción, bien protegido en mi puño. Y de mi viejo, uff, de mi viejo... La fuerza de mis brazos no alcanzaría jamás para sostener esas montañas de melodías que, desde antes de nacer, él me regaló.

¡Ay!, si tan sólo pudiera… lo haría. Les arrancaría las manos a mis amigos, para tenerlos siempre a mi lado, tocando una guitarra desafinada, en cualquier plaza, con unos ricos mates. O imprimiría en la retina de mis ojos, sus caras de asombro escuchando Pink Floyd.

Cuando me vaya (bien ida) todos los recuerdos de mi niñez y adolescencia se reproducirán con la mejor banda sonora de la historia, digna de premios y galardones. Una dulce armonía invadirá antiguas siestas, recreos, vacaciones, tristezas y alegrías.

Un fantasma una vez me contó (una vez me cantó) que en su tumba tiene discos y cosas que no le hacen mal. Pues así quiero irme yo: silbando bajo un tango o un rocanrol (lo mismo da).